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OTRO CUENTO DE NAVIDAD

Un sol oblicuo y pacato, escatima sus rayos al poblado de chabolas que crece en la vaguada chica. Resguardados por el talud de la autovía, tejados de chapa y desechos de obra rica, elevan con osadía largos tubos humeantes que adivinan las vidas de los que los alimentan.

Hanna sabe que se acerca el momento y que sería mejor no andar con muchos esfuerzos, pero se siente más segura acompañando a su marido en la herrumbrosa camioneta.

Yoann conduce y dedica a su mujer miradas de tierna confianza, que comparte con el chucho que ella cobija en su regazo y aunque la mañana es fría, el cuadro resulta mucho mas acogedor que cualquiera de los que se pueden ver en el interior de los calefactados vehículos que les rodean.

En su recorrido por los contenedores de la ciudad, Yoann no olvida pasar por los que están a las puertas de los supermercados. Sabe que allí puede encontrar cartón en cantidad y algún despojo para el perro. Pero lo que hace apresurarse en llegar a uno en especial, no es ninguna de esas dos cosas. Hace algunos días que alguien, seguramente uno de los trabajadores del supermax, deja a los pies del cartonero, uno de esos camioncitos de hojalata rojo Coca Cola, que la marca regala.

Yoann ha ocultado a Hanna el hallazgo. Probablemente se siente avergonzado de no haber pensado primero en su hijo, como futuro dueño de la flotilla de camioncitos.

Diecinueve años no son muchos para ser padre, sobre todo cuando no se recuerda haber sido hijo.

De vuelta al poblado, Hanna comienza a sentir que el calor que le proporciona el animal, se vuelve húmedo bajo su larga falda. Por un momento el miedo se apodera de los dos y mientras nerviosos observan que el tráfico navideño de la ciudad, les atrapa lejos de la seguridad de los suyos, comienzan las primeras arremetidas de la vida abriéndose paso.

Las luces que decoran la calle, se cuelan por la carrocería agujereada de la camioneta, acribillando el interior, con una maraña de lineas brillantes, que iluminan el nido de cartones ensangrentados que arropan a madre, hijo y perro.

Unos minutos han sido suficientes para que Yoann, con la habilidad del que sobrevive en la calle, haya conseguido cambiar sus camioncitos por un precioso paño con el que envolver al chiquillo.

Nadie ha sido testigo del singular acontecimiento. Solo el chucho que entra el la chabola moviendo el rabo tras sus dueños, ladrará esta noche a una gélida luna de diciembre, señalando el lugar del milagro.






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